25 de Febrero. 6 de la tarde.
Ese día no voy a marchar
temprano, sino que voy a la concentración más tarde, cuando los guardias se
cansaron ya de echarle gas a los de la marcha del mediodía. Voy a llevarle unos
panes a una amiga que no ha comido nada y que estaba escondida en una residencia.
Se llevaron a varios estudiantes detenidos. Hay un par de heridos de perdigón,
y un guardia golpea en la cara a una muchacha que se detuvo a ayudar a alguien
que se cayó.
Los guardias nos quitaron el
puesto. Arrancaron la bandera de Venezuela que adornaba la calle, se comieron
la comida que la gente nos llevaba, se tomaron el agua, nos robaron los termos.
Se ríen de nosotros. Hay dos camiones blindados apostados en el medio de la
intersección y una línea de guardias con equipo anti motín.
Esperábamos a que trajeran a los
chamos detenidos. Los liberaron, y ellos regresan al lugar de concentración
entre gente que aplaude y canta el himno nacional. No sé, los acaban de soltar
y regresan al hervidero, son valientes, me parece.
La tensión se siente en el
ambiente. Nadie se mueve, aunque el trato con los guardias fue ese: que nos
íbamos cuando liberaran a los detenidos. No nos dieron ni media hora después de
eso. Todo estaba tranquilo cuando alguien grita.
-¡Están cargando, corran!
Y es un caos.
La gente empieza a correr, pero
no se escucha estallidos. Esta vez corro, sin pensarlo. Entonces se escucha las
bombas ser detonadas. Caen por todas partes, son latas que echan humo. Se ven
hasta bonitas, extrañas, cuando vuelan por encima de la cabeza, como si no
fueran a hacerte daño. Es primera vez que me pasa esto, y por eso pienso
inocentemente que si no me toca el humo, no me hace nada. Es mentira.
Siento que como si me hubiesen
echado picapica en la cara, ligado con pimienta y agua hirviendo. Siento que se
me queman los ojos, la garganta, la nariz. Las lágrimas me nublan la vista, toso
como loca, moqueo. No suelto la gorra tricolor que llevo en la mano porque es
prestada, y mi prima no sabe que me la prestó.
Nos escondemos tras un local de
un centro comercial cercano. Una bomba lacrimógena nos cae al lado. No puedo
ver a la gente, la picazón es horrible. Gente que tose por todas partes, llora
y moquea como yo. Estamos desesperados por salir. Por fin puedo sacar el
vinagre del bolso y le doy a los que alcanzo. Creo que eso hace más daño; no lo
diluí. Siguen echándonos más bombas y todavía no entiendo por qué. Estoy segura
que de nuestro lado nadie se puso violento.
Saltamos un paredón. Encuentro a
un conocido, y me le pegó atrás. Pasamos por una zona llena de monte, a ciegas
porque ya no hay sol. Terminamos en una calle donde las casas nos abren las
puertas. Una señora nos deja entrar, nos lleva al patio y apaga las luces.
Somos como diez personas escondidas. Hay dos señoras mayores que lloran.
Cuando pregunto por qué nos
atacaron, nadie sabe la razón.
-Porque les dio la gana. No les
tiramos ni una piedra- suelta un chamo que aún lagrimea.
Nos dan agua, nos hacen callar.
El aire está picoso aún. Siguen las bombas. Y empieza a oírse detonaciones de
otro tipo. Son secas, dan miedo.
-Mierda, están echando plomo-
susurra alguien.
Una muchacha llora a mi lado,
diciendo que no pudo ayudar a una mujer que se cayó mientras corría.
-Si me detenía me iba a desmayar-
gimotea.
Hay motorizados y más tiros. No
sé si son perdigones o balas. Llaman por celular a alguien y le dicen que la
guardia intenta entrar a las casas para llevarse a los manifestantes, que no
salgamos de donde estamos.
Una hora después, cuando la cosa
está más tranquila, salimos de la casa, avanzamos unos metros hasta que unos
jóvenes de un edificio nos abren la puerta y nos metemos ahí para esperar al
resto de mi grupo.
Mis amigas tienen la cara roja,
la camisa sudada.
-¿Qué pasó? ¿Por qué nos bombardearon?-
pregunto, aún atónita. Es como cuando tu hermano mayor te golpea sin razón.
-No sé, no hicimos nada- responde
alguien.
-Ellos sólo reciben órdenes. Si
desde arriba les dicen “denle gas a esos pendejos para que se vayan”, ellos lo
hacen así estemos tranquilos- dice uno de los chamos del edificio.
-Qué desgraciados. Y aparte
destrozaron el puesto, los toldos, todo. No les importa un coño. Como si
fuésemos malandros, nojoda- suelta otro.
-Yo pude tirarles una piedra,
pero creo que le dio a alguien que venía
huyendo- dice el joven de quien me agarré cuando saltábamos el paredón, y eso
afloja un poco la indignación y reímos, aún nerviosos.
-Una chama se desmayó antes de
saltar el paredón, y la dejé ahí, me dijeron que siguiera rápido. Es como si
hubiese dejado sola a alguna de ustedes- dice una de mis amigas, y se le aguan
los ojos.
Recuerdo que antes del estallido,
vi a varias señoras mayores atrás de mí. No recuerdo haberlas visto corriendo,
y me pregunto si pudieron saltar el paredón, o si se desmayaron. Me siento mal
por no haberme quedado para ver qué fue de ellas, pero recuerdo también que no
era muy consciente de lo que hacía. El instinto de supervivencia es una vaina
arrecha.
Yo estoy tosiendo mal, me duele
el pecho y parezco una fuente de moco. Hace siete años no me da asma, y ahora
no sé qué le voy a decir a mi mamá cuando pregunte el porqué de mi pecho
apretado. Aún no puedo creer lo que pasó
porque siempre pensé que los guardias no te hacían nada si tú no les hacías
nada primero… pero es mentira. Lo hacen. No les importa hacerlo. Es tal su
indiferencia y su indolencia.
No me importa si hacen su
trabajo. Porque de hecho, ese no es su trabajo. Su trabajo no es echarle gas y
perdigones a una manifestación pacífica.
Pero lo hacen. Y disparan perdigones
a quienes huyen. Y golpean a gente que se ha caído. Y golpean a quien venía
caminando tranquilo. Y patean a quienes han disparado. Y disparan a quienes
están indefensos. Es una locura. No respetan la vida, menos la integridad.
Nosotros no somos sus enemigos, pero nos tratan como parias.
Ahora no me da miedo refutar a
cualquiera que diga que no había marcha pacífica, "porque si no, no hubiesen
actuado los cuerpos de represión".
-Es mentira- comienzo úrica,
indignada. A mí no me pasó nada, pero recuerdo los testimonios de otras
personas y es como si me prendieran fuego.
Y más o menos así me siento por
estos días, y no soy la única. Somos bidones de gasolina andantes, estamos sensibles,
coléricos, desafiantes, indignados e impotentes.
Y lo que me pasó a mí, y lo que
pasó en Ciudad Bolívar, NO ES NADA EN COMPARACIÓN A LO QUE HA PASADO EN OTRAS
PARTES DEL PAÍS.
La guardia nacional ya no es
guardia nacional. Ya no guarda a ninguna nación, sólo resguarda a su gobierno,
como lo veo yo.
Y quien dude de eso, que le
pregunte a los heridos. ¿Por qué disparan a quemarropa? ¿Por qué golpean a quienes huyen? ¿Por qué carajos un guardia
nacional lleva una 9 milímetros? ¿Por qué la dispara contra manifestantes que huyen
de ellos? ¿Por qué cubren y protegen a paramilitares armados? ¿Por qué hay
paramilitares armados? No está bien. Y el gobierno lo minimiza, lo justifica,
lo tergiversa y dice que las heridas no son graves, y dice que estamos
exagerando.
¿Estamos exagerando? ¿Los 28
muertos son una exageración? (Cuando escribí esto habían 22 muertos, he tenido
que poner el ocho, y duele) ¿Los centenares de heridos son una exageración?
¿Los 1000 y pico de detenidos son una exageración?
En Venezuela estamos en crisis, y
el gobierno trata de taparlo.
No es hora para que te quedes
callado.
Grita, reclama, protesta. Mereces
un país mejor. No esto.
DESPIERTA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario