miércoles, 15 de octubre de 2014

Cómo hacer mercado en Venezuela, parte I



Tenía demasiado tiempo sin escribir. Nadie más que yo lo nota porque ya tengo la bolsa donde guardo todo lo que pienso demasiado grande, a punto de explotar.

Hoy fui al supermercado a comprar unas cosas porque tengo la nevera casi vacía. Una avena, una sopa, y dos papas a punto de expirar es todo lo que la llena. Y no, no estoy pasando hambre porque casi no he dormido en mi residencia.

Agarro vegetales, por dos razones: porque tengo que hacer dieta y porque, a pesar de todo, es medianamente económico. Bueno, no económico porque el kilo de papas está en 110 BsF, que al precio del dólar paralelo es aproximadamente 1,4 $. Eso no está tan mal aún. La cosa es que esos 110 BsF que cuestan el kilo de papas es un 2.4% del sueldo mínimo. En pocas palabras: Todo el dinero que ganas en un trabajo con un sueldo promedio (digamos, 10000 BsF, y siento que es mucho) se te va sólo en la comida. Jódanse los niños y su colegio privado, jódanse los niños (si tienes hijos) y su necesidad de vestirse, jódanse las ganas de divertirte y disfrutar de tu vida, porque no hay dinero para eso.

Y, si eres una estudiante residenciada y desempleada, como yo… Bueno, la cosa se pone un poco más difícil. Me mantienen mis papás aún, y ustedes dirán “pero ¿de qué se queja? La tiene fácil”. Y si me lo preguntaran directamente, me reiría de pura tristeza. Vengo de un hogar donde papá y mamá son profesionales, pero papá no trabaja ahora. Somos dos hermanas y ninguna de las dos aún estamos graduadas. O sea, sólo una persona mantiene a una familia de cuatro. Seis si contamos a los dos perros (yo lo hago, sólo que no lo digo porque la gente piensa que eres una loca de los animales. Y lo eres). En resumen: es rudo. El poco dinero que me envían apenas y me da para cubrir mis necesidades más básicas. 

Me desvié un poco. Decía que iba al mercado a comprar unas cosas. Hice una lista y todo. Necesitaba pan integral, queso, jamón, huevos, algunos vegetales, quizás unas frutas, salsa de soja, ajo y un gatorade que tenía que repararle a mi prima, que también es mi vecina de cuarto.

Empecé agarrando un sobre de nestea pequeño, otro de clight (y de nuevo me siento tan culpable) y el gatorade. Seguí hasta el pasillo del pan y es horrible; están incomprables. Digo ¿Cómo es posible que el billete de más alta denominación no te de ni para comprar pan rebanado? Agarré uno con zanahorias, porque era integral y era uno de los más baratos. Cojo un número de la charcutería. Y estoy muriéndome de hambre porque me levanté tarde y no he desayunado. Sigo hacia la parte de las frutas y los vegetales porque tengo al menos veinte personas por delante de mí para comprar en la charcutería.

El kilo de zanahorias está en 100 bolívares. Y pienso “va a pasar como con las manzanas; ya no las voy a poder comprar más dentro de poco”. Agarro dos zanahorias pequeñas. Y así, básicamente con todo. Escojo lo más pequeño, en la cantidad necesaria. Me resigno a no comprar frutas: hace rato que no lo hago, porque incluso las frutas criollas están con los precios por las nubes. La última vez agarré una piña y sentí culpa por el resto del día. Sólo compro un racimito de cambur y un medio kilo de limón. Esa es toda la fruta que puedo comprar esta vez, y no me quejo. Ya me acostumbré a ir descartando cosas que antes solía comer por gusto. Como las manzanas verdes, que es mi fruta preferida y tengo al menos dos años sin probar una porque el precio es extremadamente alto.

Pienso en mis primitos, que por ser niños necesitan una buena nutrición, y recuerdo la pirámide de la buena alimentación (“trompo de la buena alimentación” si vives en Venezuela)… Según esto, deberías comer de una a dos porciones de frutas al día. Pero ellos no lo hacen, porque el dinero no alcanza. Creo que el cambur es lo que más compran, y es porque es aún accesible. Tal vez unas parchitas para hacer un jugo, o unas guayabas. Una piña si está en oferta. Pero jamás como antes, cuando “éramos ricos y no lo sabíamos”. Me duele, es horrible. El venezolano no está comiendo bien porque el dinero no alcanza.

Y si algún inteligente me va a venir con el argumento de “tenemos una epidemia de obesidad ¿cómo vas a decir que no estamos alimentándonos?” mejor se mete la lengua donde le quepa, porque no es cierto. Si estamos obesos es porque los carbohidratos simples es lo que más comemos ¿por qué? Sencillo: es lo más barato. Sí, comemos pollo y carne. Pero una persona sana no puede comer todos los días pollo y arroz de almuerzo. ¿Es más de lo que tiene la mitad de la población mundial? Por supuesto ¿Y por qué me quejo aún? Porque no tenemos la necesidad de esto, carajo.
Somos un país demasiado rico como para estar haciendo colas de dos horas para comprar 4 rollos de papel sanitario. 

Decía que estaba haciendo mercado. Metí medio cartón de huevos, y al sumar el precio de este (79BsF) con el de el pan (88BsF), pienso “coño, no me va a alcanzar para comprar jamón. Adiós a los sánduches para el desayuno”.  Me resigno a no comprar jamón. Llega mi turno en la charcutería y pido 80Bsf de queso paisa. El que me atiende me dice que hay sólo de búfala y acepto. Eran como 6 piches rebanadas de queso. SEIS. Me deprimo enseguida. Tampoco voy a comer queso en la semana, parece.

Agarro una lata de guisantes pequeña, y me digo que la voy a hacer en una sopa. Luego la devuelvo porque realmente no la necesito para vivir. Está muy cara.

Miro mi carrito, que en su mayor parte son vegetales y voy sacando la cuenta mentalmente. Sólo tengo 600BsF para hacer las compras. Lo bueno es que tengo carne en la nevera y pollo, y harina y arroz, así que de hambre no me voy a morir de hambre.

Pienso en darme un hiper lujo, y sintiéndome la persona más burguesa del planeta, agarro un kilo de fresas congeladas. Me siento súper anárquica y todo.

 “No voy a comer queso, pero sí fresas, jódanse todos”.

Mi rebeldía dura no más de cinco minutos, y piso tierra. Devuelvo las fresas. También devuelvo en pan y los huevos. Probablemente mi prima compre huevos, y podamos compartirlos. Si dejaba el pan y los huevos no me iba a alcanzar.

Al final paso todo, y cuando lo voy a pagar, son 500BsF. Y lo que compré fue puros vegetales, y nada muy exótico. El maldito gatorade que le debo a mi prima me pesa horrores. Y no compré ni pan, ni huevos, ni queso, ni pollo, ni carne, ni galletas, ni jamón. Si vieran mis bolsas, pensarían que las tres bolsitas son para mi conejo. Pero no tengo conejo. Y tampoco me llevo las bolsas porque la tarjeta está bloqueada y no tengo efectivo. Me sonrojo de la vergüenza y salgo del supermercado con las manos vacías y el corazón hundido.

Hacer las compras me genera una ansiedad terrible. Una angustia por el futuro, una tristeza absoluta por el presente.

Y de verdad, no me quejara tanto si supiera que sólo el difícil hacer las compras en el país. Pero no. Es una paradoja, es un chiste malo.

Por una parte, la vida es extremadamente cara. Y por el otra parte, la vida no vale nada. Las morgues de los hospitales están a rebosar, y es un extraño contraste cuando ves los anaqueles de las farmacias tan vacíos. Casi no se encuentra champú, ni desodorante. Y no voy a hablar de la cesta básica porque la cosa se pone peor.

Y aceptara con gusto lo de la escasez y la inflación si pudiese decir: “pero al menos tenemos seguridad”… Pero es una mentira.

Puedo sentir la angustia en las calles. Y ya el optimismo propio del venezolano parece una maldición. Creo que los demás se acostumbraron a vivir así, pero yo no puedo. Me da rabia, me da impotencia. No tenemos necesidad de vivir así.

El día anterior salí con mis amigos y me parece pura magia poder salir de noche. Era como una fantasía. Daba miedo, pero estábamos emocionados y embriagados con la temeridad propia de la juventud.

Vamos a celebrar que María cumplió años. Vamos a arriesgarnos y vamos a salir de noche. Vamos a gastar dinero, reunimos para celebrar el cumpleaños da María. Es una de mis mejores amigas, se merece que bailemos toda la noche y le brindemos unas cervecitas. Estamos vivos en un país salvaje donde cada fin de semana asesinan a 150 personas en las calles, a causa de la inseguridad. Vamos a salir y tomar y bailar porque aún podemos hacerlo. Y eso es motivo de celebración en sí. Estamos mejor que en Siria.

Salí y la pasé bien. Tal vez bebí un poquito más de lo que debía, pero no pasó nada grave. Hace mucho tiempo, como años, que no salía a bailar. Me cohíbo mucho porque nunca tengo dinero para salir. Y porque salir en Venezuela de noche es una especie de suicidio. Si sales en carro y con un grupo grande el riesgo a que te atraquen es menor, pero aun así está.

Una vez leí de Rodrigo Blanco Calderón la frase “Fight for your right to party”, y es tan cierto eso.

Lo del mercado fue esta mañana, y mañana es domingo, así que no hay banco. Y pienso que el hecho que no me pasara la tarjeta fue lo mejor. Hago una lista de compras nueva. Una más corta. Cada vez más restringida.

No es fácil vivir aquí. Quiero ya graduarme y trabajar. Pudiese trabajar ahorita, porque soy mayor de edad, pero si trabajo no me va a dar tiempo de estudiar y mi carrera exige mucho tiempo de estudio. Un buen médico tiene que saber sus cosas.


No es fácil, pero la única opción es seguir. Y esperar lo mejor. Y hacer tu parte. 

4 comentarios:

  1. esta entrada me recordó a mi madre-

    ResponderEliminar
  2. Oye, que me puse a leer mi blog (que tenía años sin abrir) y veo en una de las entradas un comentario de ti y ¡vaya que lo olvidaba! que tu blog me gustaba mucho jajaja. Un saludo :) creo que volveré a escribir en mi blog

    ResponderEliminar