Tenía demasiado tiempo sin escribir.
Nadie más que yo lo nota porque ya tengo la bolsa donde guardo todo lo que
pienso demasiado grande, a punto de explotar.
Hoy fui al supermercado a comprar
unas cosas porque tengo la nevera casi vacía. Una avena, una sopa, y dos papas
a punto de expirar es todo lo que la llena. Y no, no estoy pasando hambre
porque casi no he dormido en mi residencia.
Agarro vegetales, por dos
razones: porque tengo que hacer dieta y porque, a pesar de todo, es
medianamente económico. Bueno, no económico porque el kilo de papas está en 110
BsF, que al precio del dólar paralelo es aproximadamente 1,4 $. Eso no está tan
mal aún. La cosa es que esos 110 BsF que cuestan el kilo de papas es un 2.4%
del sueldo mínimo. En pocas palabras: Todo el dinero que ganas en un trabajo
con un sueldo promedio (digamos, 10000 BsF, y siento que es mucho) se te va
sólo en la comida. Jódanse los niños y su colegio privado, jódanse los niños
(si tienes hijos) y su necesidad de vestirse, jódanse las ganas de divertirte y
disfrutar de tu vida, porque no hay dinero para eso.
Y, si eres una estudiante
residenciada y desempleada, como yo… Bueno, la cosa se pone un poco más
difícil. Me mantienen mis papás aún, y ustedes dirán “pero ¿de qué se queja? La
tiene fácil”. Y si me lo preguntaran directamente, me reiría de pura tristeza.
Vengo de un hogar donde papá y mamá son profesionales, pero papá no trabaja
ahora. Somos dos hermanas y ninguna de las dos aún estamos graduadas. O sea,
sólo una persona mantiene a una familia de cuatro. Seis si contamos a los dos
perros (yo lo hago, sólo que no lo digo porque la gente piensa que eres una
loca de los animales. Y lo eres). En resumen: es rudo. El poco dinero que me
envían apenas y me da para cubrir mis necesidades más básicas.
Me desvié un poco. Decía que iba
al mercado a comprar unas cosas. Hice una lista y todo. Necesitaba pan
integral, queso, jamón, huevos, algunos vegetales, quizás unas frutas, salsa de
soja, ajo y un gatorade que tenía que repararle a mi prima, que también es mi
vecina de cuarto.
Empecé agarrando un sobre de
nestea pequeño, otro de clight (y de nuevo me siento tan culpable) y el
gatorade. Seguí hasta el pasillo del pan y es horrible; están incomprables.
Digo ¿Cómo es posible que el billete de más alta denominación no te de ni para
comprar pan rebanado? Agarré uno con zanahorias, porque era integral y era uno
de los más baratos. Cojo un número de la charcutería. Y estoy muriéndome de
hambre porque me levanté tarde y no he desayunado. Sigo hacia la parte de las
frutas y los vegetales porque tengo al menos veinte personas por delante de mí
para comprar en la charcutería.
El kilo de zanahorias está en 100
bolívares. Y pienso “va a pasar como con las manzanas; ya no las voy a poder
comprar más dentro de poco”. Agarro dos zanahorias pequeñas. Y así, básicamente
con todo. Escojo lo más pequeño, en la cantidad necesaria. Me resigno a no
comprar frutas: hace rato que no lo hago, porque incluso las frutas criollas
están con los precios por las nubes. La última vez agarré una piña y sentí
culpa por el resto del día. Sólo compro un racimito de cambur y un medio kilo
de limón. Esa es toda la fruta que puedo comprar esta vez, y no me quejo. Ya me
acostumbré a ir descartando cosas que antes solía comer por gusto. Como las
manzanas verdes, que es mi fruta preferida y tengo al menos dos años sin probar
una porque el precio es extremadamente alto.
Pienso en mis primitos, que por
ser niños necesitan una buena nutrición, y recuerdo la pirámide de la buena
alimentación (“trompo de la buena alimentación” si vives en Venezuela)… Según
esto, deberías comer de una a dos porciones de frutas al día. Pero ellos no lo
hacen, porque el dinero no alcanza. Creo que el cambur es lo que más compran, y
es porque es aún accesible. Tal vez unas parchitas para hacer un jugo, o unas
guayabas. Una piña si está en oferta. Pero jamás como antes, cuando “éramos
ricos y no lo sabíamos”. Me duele, es horrible. El venezolano no está comiendo
bien porque el dinero no alcanza.
Y si algún inteligente me va a
venir con el argumento de “tenemos una epidemia de obesidad ¿cómo vas a decir
que no estamos alimentándonos?” mejor se mete la lengua donde le quepa, porque
no es cierto. Si estamos obesos es porque los carbohidratos simples es lo que
más comemos ¿por qué? Sencillo: es lo más barato. Sí, comemos pollo y carne.
Pero una persona sana no puede comer todos los días pollo y arroz de almuerzo.
¿Es más de lo que tiene la mitad de la población mundial? Por supuesto ¿Y por
qué me quejo aún? Porque no tenemos la necesidad de esto, carajo.
Somos un país demasiado rico como
para estar haciendo colas de dos horas para comprar 4 rollos de papel
sanitario.
Decía que estaba haciendo
mercado. Metí medio cartón de huevos, y al sumar el precio de este (79BsF) con
el de el pan (88BsF), pienso “coño, no me va a alcanzar para comprar jamón.
Adiós a los sánduches para el desayuno”.
Me resigno a no comprar jamón. Llega mi turno en la charcutería y pido
80Bsf de queso paisa. El que me atiende me dice que hay sólo de búfala y
acepto. Eran como 6 piches rebanadas de queso. SEIS. Me deprimo enseguida.
Tampoco voy a comer queso en la semana, parece.
Agarro una lata de guisantes
pequeña, y me digo que la voy a hacer en una sopa. Luego la devuelvo porque
realmente no la necesito para vivir. Está muy cara.
Miro mi carrito, que en su mayor
parte son vegetales y voy sacando la cuenta mentalmente. Sólo tengo 600BsF para
hacer las compras. Lo bueno es que tengo carne en la nevera y pollo, y harina y
arroz, así que de hambre no me voy a morir de hambre.
Pienso en darme un hiper lujo, y
sintiéndome la persona más burguesa del planeta, agarro un kilo de fresas
congeladas. Me siento súper anárquica y todo.
“No voy a comer queso, pero sí fresas, jódanse
todos”.
Mi rebeldía dura no más de cinco
minutos, y piso tierra. Devuelvo las fresas. También devuelvo en pan y los
huevos. Probablemente mi prima compre huevos, y podamos compartirlos. Si dejaba
el pan y los huevos no me iba a alcanzar.
Al final paso todo, y cuando lo
voy a pagar, son 500BsF. Y lo que compré fue puros vegetales, y nada muy
exótico. El maldito gatorade que le debo a mi prima me pesa horrores. Y no
compré ni pan, ni huevos, ni queso, ni pollo, ni carne, ni galletas, ni jamón.
Si vieran mis bolsas, pensarían que las tres bolsitas son para mi conejo. Pero
no tengo conejo. Y tampoco me llevo las bolsas porque la tarjeta está bloqueada
y no tengo efectivo. Me sonrojo de la vergüenza y salgo del supermercado con
las manos vacías y el corazón hundido.
Hacer las compras me genera una
ansiedad terrible. Una angustia por el futuro, una tristeza absoluta por el
presente.
Y de verdad, no me quejara tanto
si supiera que sólo el difícil hacer las compras en el país. Pero no. Es una paradoja,
es un chiste malo.
Por una parte, la vida es
extremadamente cara. Y por el otra parte, la vida no vale nada. Las morgues de
los hospitales están a rebosar, y es un extraño contraste cuando ves los
anaqueles de las farmacias tan vacíos. Casi no se encuentra champú, ni
desodorante. Y no voy a hablar de la cesta básica porque la cosa se pone peor.
Y aceptara con gusto lo de la
escasez y la inflación si pudiese decir: “pero al menos tenemos seguridad”…
Pero es una mentira.
Puedo sentir la angustia en las
calles. Y ya el optimismo propio del venezolano parece una maldición. Creo que
los demás se acostumbraron a vivir así, pero yo no puedo. Me da rabia, me da
impotencia. No tenemos necesidad de vivir así.
El día anterior salí con mis
amigos y me parece pura magia poder salir de noche. Era como una fantasía. Daba
miedo, pero estábamos emocionados y embriagados con la temeridad propia de la
juventud.
Vamos a celebrar que María
cumplió años. Vamos a arriesgarnos y vamos a salir de noche. Vamos a gastar dinero,
reunimos para celebrar el cumpleaños da María. Es una de mis mejores amigas, se
merece que bailemos toda la noche y le brindemos unas cervecitas. Estamos vivos
en un país salvaje donde cada fin de semana asesinan a 150 personas en las
calles, a causa de la inseguridad. Vamos a salir y tomar y bailar porque aún
podemos hacerlo. Y eso es motivo de celebración en sí. Estamos mejor que en
Siria.
Salí y la pasé bien. Tal vez bebí
un poquito más de lo que debía, pero no pasó nada grave. Hace mucho tiempo, como
años, que no salía a bailar. Me cohíbo mucho porque nunca tengo dinero para
salir. Y porque salir en Venezuela de noche es una especie de suicidio. Si
sales en carro y con un grupo grande el riesgo a que te atraquen es menor, pero
aun así está.
Una vez leí de Rodrigo Blanco
Calderón la frase “Fight for your right to party”, y es tan cierto eso.
Lo del mercado fue esta mañana, y
mañana es domingo, así que no hay banco. Y pienso que el hecho que no me pasara
la tarjeta fue lo mejor. Hago una lista de compras nueva. Una más corta. Cada
vez más restringida.
No es fácil vivir aquí. Quiero ya
graduarme y trabajar. Pudiese trabajar ahorita, porque soy mayor de edad, pero
si trabajo no me va a dar tiempo de estudiar y mi carrera exige mucho tiempo de
estudio. Un buen médico tiene que saber sus cosas.
No es fácil, pero la única opción
es seguir. Y esperar lo mejor. Y hacer tu parte.